A/buela Pluma

fotografía de JASP, José Antonio Sánchez Paso


La perla

Aficionados al buen marisco y los delicatesen de fino paladar, el Grupo Popular Municipal nos tiene acostumbrados a ofrecernos cada cierto tiempo una perla engarzada en su exquisita verborrea. La necesidad de hablar constantemente para llenar el vacío acaba produciendo la fetidez del regüeldo sustantivo. En lugar del prudente silencio o la mesura que aconseja la discreción de no llamar la atención cuando lo que se puede ofrecer no es más que aire, opta la mesnada popular por la algarabía creyendo que el oropel tapa las vergüenzas. 

En lo que va de año, primero fue aquella salida de pata de banco de ofrecer el tocino y los huesos del cerdo municipal a las monjitas para que le hicieran un caldito a los viejitos de la residencia, en tanto las chichas magras nos las zampábamos los alegres matanceros. Después fue la garbanzada leída y no excusada de comparar al anterior alcalde con asesinos de reconocida calaña, en una flatulencia impropia de gente educada y de buenas maneras, si lo fueran. Y ahora acaba de llegarnos la perla del verano en forma de sentencia de crupier de casino de pueblo que confunde la ciudadanía con el vasallaje: "Las reglas del juego tiene que ponerlas quien puede, quien está capacitado y quien ha sido elegido para ello”, acaba de decir el alcalde, que debiera ser el hombre más sensato del mundo para ejercer su función, pero que lejos de ello le tiene hábito a ponerse el mundo por montera y va de ocurrencia en ocurrencia. Su lengua viperina y malhadada cada vez me recuerda más a la del bufón maestro en meter cizaña y montar alboroto para hacerse notar. Viendo de mí, no deja de ser un elogio la comparación, pero donde aquel fue universal y eterno, este no brilla más allá del fulgor de una cerilla. Y cuando la cerilla pierde la cabeza, se queda en nada, un palito en un cenicero.

Así que al mantel de la oratoria bejarana le ha salido otro manchurrón no por falta de pericia para comer en el plato, que la hay sobrada en quien maneja la cuchara, sino quizá por los nervios de que en el fogón el caldero arde sin condumio y la famélica legión desconfía del cocinero. 

Debe ser duro no tener nada que vender en el mercado de las promesas y los aplausos, y que donde debiera fulgir el medallero del reconocimiento tan solo luzcan los remaches de las placas.
Con lo cual, a falta de pan, buenas son perlas, qué carajo. 


José Antonio Sánchez Paso

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